Un Escuadrón al frente de la batalla

El 2020, el último año de la segunda década del siglo XXI, un año bisiesto. Un año donde gran parte de la humanidad auguraba cosas buenas. Paradójicamente el año de la Universalización de la Salud.

Sin embargo, el 2020 fue un año de mucho reto y lucha. En marzo llegó el COVID y el mundo paró, todos en casa, cuidándonos para no enfermarnos. Mientras eso sucedía, tenías a los soldados de la salud: los doctores y enfermeras cuidando de los enfermos en los hospitales, salvando vidas. Uno de esos soldados es mi hermana menor, a la cual le llevo 10 años, prácticamente mi hija, cursando en ese momento su tercer año de residentado, en uno de los hospitales más grandes de Lima. Ella, todos los días en el chat de la familia, nos relataba sus retos y sus miedos. Su vocación de servicio la hacía ir más allá de tan solo cuidar al enfermo y ser humana: hablar con ellos, darles calma, intentar contagiar un poco de paz, a pesar de que por dentro no pudiera tenerla. En un momento, solo podías hablarles a los pacientes por un vidrio, para no contagiarte, y alguna de las cosas que ella hacía era acercarse a ellos, para prestarles su celular, para que pudieran hablar con su familia y tranquilizarla o tan solo para despedirse con un hasta luego, ¡nos vemos en el cielo!

Mientras ella contagiaba paz, no debía contagiarse. Todos en casa preocupados por que ella pudiera estar bien. Una de las cosas que siempre me pedía era un respirador 1860, un N95. Ella nunca se cansó de repetirme que este respirador le salvó la vida y que fue su escudo, como el que usa un soldado cuando va a la guerra para defenderse. Hoy mi hermana es mamá, está sana y tiene una niña bella que nació este mes.

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