El casco que salvó una vida

Hoy recordé aquellas épocas en Trujillo, cuando iba y venía a mi trabajo, desde el paradero donde me dejaba el microbús, todos los días por la misma calle para llegar a mi trabajo en La Av. Nicolás de Piérola, y recuerdo que veía siempre hacia el edificio que en esa época se proyectaba como uno de los más grandes de la ciudad, yo soñaba con que algún día me compraría un departamento en un edificio similar.

Todos los días se repetía la misma rutina. Temprano en la mañana, el microbus me dejaba en el paradero y yo caminaba hacia el trabajo por la Avenida Nicolás de Piérola. Luego de 5 minutos de caminata, me encontraba con el edificio que, en esa época, se proyectaba como uno de los más grandes de la ciudad. Todos los días se repetía la misma rutina y todos los días soñaba despierta: algún día me compraría un departamento en un edificio similar.

A medida que pasaban las semanas, el edificio avanzaba y yo, cada vez que pasaba por en frente, no podía evitar detenerme a admirar cómo se iba acercando hasta los 9 pisos que tendría. Para la ciudad, era toda una novedad porque tendría gimnasio y piscina.

Por esas épocas, uno de mis clientes empezó a comprar más cascos de lo que normalmente compraba. Se hablaba de un accidente, el accidente en el edificio en la Av. Nicolás de Piérola. Comentaban que le había caído un objeto contundente en la cabeza a un trabajador y que estaba internado en la clínica. Pero a pesar de la coincidencia, yo jamás lo relacioné con el mismo edificio que veía en mi camino, pues la avenida era extensa y creí que lo habría notado.

Pasó un tiempo y, en una de mis visitas a mi cliente, vi una urna de cristal con un casco roto dentro. Intrigada, le comenté al vigilante: “Si el casco está roto, ¿por qué no ponen uno nuevo?”. Él, con algo de orgullo en su tono, me dijo: “Es que ese casco que usted está mirando, salvó una vida, la vida del trabajador del edificio de la Av. Nicolás de Piérola”.

Quedé intrigada con la historia del casco y decidí preguntarle más a mi cliente. Resulta que una pequeña brida de acero de 200 gramos cayó desde el 9º piso del edificio. El trabajador estaba agachado amarrándose los zapatos y el elemento tomó tal velocidad y fuerza que rompió el casco y lo envió a la Unidad de Cuidados Intensivos con Traumatismo severo. Aun rompiéndose el casco, salvó su vida, ya que absorvió algo de la energía liberada que, al caer desde tan alto, hizo que la brida prácticamente se convirtiera en una bala.

Esuchaba atenta el relato cuando de pronto todos los detalles se alinearon: Ese edificio era “mi” edificio de la Av. Nicolás de Piérola. Mi cabeza se lleno de posibles escenarios en los que ese terrible accidente también podría haberme ocurrido a mí y sentí miedo y alivio a la vez.

Si bien sigo soñando despierta frente a cada obra, porque todavía me sigue sorprendiendo hasta dónde podemos llegar, ahora cada vez que paso por un edificio en construcción, miro siempre hacia arriba y me alejo, esperando que todos los que están dentro estén usando adecuadamente sus equipo de protección personal.

El peor error que podemos cometer es pensar que “a mí no me va a pasar”. Los accidentes ocurren y lo mejor que podemos hacer es estar preparados.

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